A primeros de la década de los Setenta en la construcción naval empezaba a parecer claro que la fibra tomaba la delantera sobre la construcción de madera. Los astilleros tradicionales, vinculados al milenario material, sufrían cada vez más la competencia de nuevas marcas que, al producir en serie, reducían costes de forma impresionante. La calidad subió espectacularmente, precisamente para enfrentarse al problema y sólo los mejores consiguieron a base de esfuerzos enormes seguir en la brecha, mejor que peor, casi unos veinte años más. Entre ellos, Sangermani se hizo con la corona de "mejor astillero italiano" más o menos en esta época. En 1972 se botó el "Churro" (curioso nombre para los españoles, pero al parecer quiere decir "guapo" en dialecto de Lavagna, la aldea en donde está enclavado el astillero...). Sangermani lo diseñó y construyó por su propia cuenta, sin pedido, para publicitarse en regatas y, al parecer, el barco tuvo tanto éxito deportivo que decidió construir una pequeña serie... ¡en fibra! Del molde obtenido a partir del casco del Churro salieron, entre 1974 y 1975 cinco IV Clase I.O.R. que hoy en día siguen constituyendo la única incursión en la fibra de Sangermani, puesto que los últimos barcos construidos en carbono no se laminaron en el Astillero. El Churro se vendió a Claudio Luciano Franceschina, quien se hizo famoso al llamar Santa María a todos sus barcos, poniendo el número ordinal delante del nombre, según la tradición lígur. El Primer Santa María acabó en España en malas condiciones, cuando lo encontró su actual propietario, quien lo ha ido restaurando poco a poco hasta hoy. El nombre se deriva del primer verso de una famosa poesía de Rubén Darío a Margarita Debayle:
Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento.
Margarita, te voy a contar
un cuento...